A las 4:50 pm del día 30 de junio despegamos de Barajas dirección Nairobi vía Ámsterdam.
A las 5:30 de la mañana llegamos a Nairobi ( como tienen una hora más en realidad eran las 6:30 de allí). Nos quedaba todavía un largo camino por carretera hasta Moshi. La verdad es que habíamos llegado en perfectas condiciones a Nairobi. Los niños habían descansado bien en los trayectos durmiendo tanto en los asientos del avión como en los suelos entre asientos, como es costumbre suya. En las transiciones (escala de Ámsterdam) el buen ánimo y el cosquilleo por la gran aventura que nos esperaba hizo que el viaje fuera, como siempre, coser y cantar. A todo esto hay que decir que nuestros niños ya son “animales” de aeropuerto.
En otras circunstancias hubiéramos hecho el traslado Nairobi-Moshi en autobús hasta Arusha y luego taxi hasta Moshi, pero a la mañana siguiente, Miguel mi hijo mayor (14 años) y yo emprenderíamos la subida al Kilimanjaro. Después de un largo viaje, este otro por carretera debería ser lo más corto posible para poder descansar lo suficiente para el día siguiente.
Así que habíamos contratado un transfer non stop por carretera Nairobi-Moshi.
Que bien habíamos hecho en sacar el visado de kenya en Madrid, ya que llegando a las 6:30 de la mañana después de un largo viaje no es el mejor momento para sacar un visado en una lenta y larga cola. Nosotros apenas paramos en el aeropuerto después de rellenar y entregar unos formularios de entrada.
Al salir nuestro contacto de Bobbytours nos recogió en una Furgoneta que nos llevaría directamente a Moshi.
Por el camino de salida de Nairobi, los cinco abrimos los ojos como platos y empezamos a empaparnos de todo aquello que veíamos por las ventanillas.
Vimos muchísima gente que iba andando a sus trabajos, carreteras y arcenes llenos, algo a lo que nos acostumbraríamos a ver.
Vimos también el tipo de vida tan dura que tiene esta gente. Agricultura y vida de subsistencia, donde el que tiene dos tomates y tres melones los posa en el arcén para hacerse con unos chelines.
Conforme avanzábamos fuimos adentrándonos en otros paisajes, algunos bellísimos, hicimos una primera parada para comprar agua y apreciar la enormidad de los hormigueros de hasta 3 metros que a Pablo (12 años) nuestro hijo mediano tanto le llamaban la atención, Hugo (6 años) pronto se unió al interés de su hermano y allí los teníamos explorando los primeros animales salvajes del África negra: las hormigas. Pronto descubrieron que los árboles estaban plagados de nidos con aves de diferente y llamativo colorido, y Miguel el mayor (14 años), se unió pronto a la exploración.
Cuando llegamos a la frontera de Namanga ( Kenya-Tanzania) tuvimos que pagar los 50 $ por cabeza de visado, ya que estos no los podíamos sacar en Madrid al no tener España embajada de Tanzania.
Después de cambiar unos cuantos dólares por chelines tanzanos en la frontera, proseguimos nuestro camino. Pasados unos kilómetros empezamos a ver con bastante frecuencia a niños masai pastoreando el ganado. Durante el trayecto que nos quedaba le hicimos parar un par de veces al conductor para hablar con los masaicitos, uno de ellos salio corriendo despavorido en cuanto nos vio. Otros dos se mostraron cercanos y amigables e incluso nos hicimos alguna foto juntos. Creo que sentían la misma curiosidad por nuestros hijos que estos por ellos. No paraban de observarse unos a otros con la boca abierta, sobre todo miraban a Hugo y Pablo, los peques, ya que a Miguel lo considerarían mayor. Unos cuerpos enjutos y llenos de polvo de los pies a la cabeza. Cejas, narices, orejas, pestañas y comisuras labiales lucían blancas de la polvareda africana . Estos masais no eran de los que recibían a los turistas bailando, y precisamente por eso resultaban más interesantes ya que entre otras cosas no vivían en zonas de especial relevancia, simplemente era una zona de paso donde nadie para, o casi nadie.
Continuamos el viaje ya sin importarnos el llegar pronto a nuestro destino para descansar. Una vez más “el viaje era el camino”.
Iban apareciendo a derecha y a izquierda de la carretera diferentes poblados masais con sus chozas de adobe características y su disposición en círculo. Decidimos en un arrebato que queríamos hacer una visita a uno de estos poblados, eso si sin bailes ni danza. Como es lógico situ visitas un poblado cualquiera, no tienen porqué estar cantando y bailando ni con sus mejores galas, entre otras cosas porque no están de fiesta.
Aunque camino de Ngorongoro tendríamos concertada una excursión opcional donde nos esperarían unos amistosos, cantarines y danzarines masais, esta nos daría la oportunidad de salirnos del guión.Después de una relativamente larga negociación, llegamos a un acuerdo del dinero a pagar a cambio de la visita. El que parecía el jefe, que normalmente es el que más ganado tiene fue duro de pelar, y al principio no fueron tan amistosos como los que veríamos en el Ngorongoro. Después de un rato se hicieron más amigables y los niños (nuestros hijos) nos abrieron una vez más las puertas del poblado. En principio solo saldrían a recibirnos fuera del poblado tanto hombres como mujeres y niños, pero después de un rato de “contacto” Pablo y Hugo hicieron amistad, una de las mujeres se interesó por los coloridos collares y pulseras de Pablo muy habitual en estos usos, después de un rato Marga intercambio varias pulseras masai por otras que ella llevaba. Estos masai apenas tenían material para vender como los que más adelante veríamos, a pesar de todo vestían de manera colorida y elegante. Este inesperado giro en nuestras relaciones masai nos abrieron las puertas del poblado, pudiendo verlo por dentro y haceros unas fotos juntos.
Una primera visita, que para ser el primer día colmaba todas nuestras expectativas.
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