17 nov 2008

Ngorongoro

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CAMINO DE NGORONGORO

Nuestro tercer día de safari empezó temprano, ya que hoy atravesaríamos estas tierras únicas hasta llegar al cráter Nogorongoro.
A las 7:30 de la mañana nos entregaron los pack lunch en el Seronera Wildlive Lodge y en la puerta esperaba nuestro todoterreno, pero Lodgardo y Salín no parecian estar por allí, así que tuvimos tiempo todavía de despedirnos de algunos de los especiales inquilinos del hotel, esta vez se trataba de una numerosa familia de mangostas. Hugo, Pablo y yo nos arrimamos a unos dos metros de estos curiosos animales que pululaban por los jardines del hotel. Menos mal que al final aparecieron Salín y Lodgardo porque el pequeño Hugo estaba empeñado en llevarse un ejemplar.
Por fin salimos en un día de traslados que resulto ser muy fructífero, ya que por el camino fuimos parando en diferentes parajes y tuvimos ocasión de ver bastantes animales.
El camino hacia el Área de Conservación del Ngorongoro discurría por momentos por pistas de tierra y por carretera. En un primer momento seguimos una pista que vadeaba el río Seronero, donde tuvimos ocasión de contemplar más leones y leonas, avestruces, hipopótamos, oribis, babuinos y muchos más animales.
Paramos a comer en un lugar especial para ello. Este sitio estaba lleno de turistas que se dirigían para un lado u otro de los parques del norte de Tanzania.














Aparte de mesas para comer, había lavabos y una oficina de turismo. En realidad era como una zona de descanso pero en un enclave natural muy especial, ya que los árboles estaban llenos de nidos y diferentes especies de aves se arrimaban a los pack lunch de los turistas para sacar tajada. Así que nuestra comida estuvo bastante amenizada.



























En una de las paradas en el río Seronero, pudimos contemplar bastante bien a los hipopótamos, siempre los habímos visto metidos en el agua con la cabeza sumergida, pero ese día algunos se dignarón a levantar el cabezón para ver a tan singular grupo. Un poco más allá pudimos ver una pequeña manada de oribis reflejada en el agua.





















MASAIS II
Cerca de Ngorongoro haríamos nuestra segunda incursión a un poblado masai. La primera vez ,en la carretera de Nairobi a Moshi, la visita fue totalmente espontánea, pero esta era una incursión donde los masais estaban acostumbrados a recibir a los turistas a cambio de unos cuantos dólares.
Lodgardo llegó a un acuerdo con el jefe masai , un hombre mayor de unos inciertos años, yo diría que sesenta, aunque la edad cronológica no suele coincidir con a edad biológica de la misma manera que en individuos de países más desarrollados.
Cuando el “jefe” masai dio su visto bueno entramos al poblado. Nos dio la bienvenida un joven alto que haría de guía durante toda la visita. A la entrada del poblado había un guerrero masai con un a lanza larguísima que a Hugo le impresionó mucho.
Cuando atravesamos la entrada del poblado, que es una abertura entre las chozas que forman un circulo, nos esperaban de pie un grupo numeroso de hombres masai en el centro y otro grupo de mujeres masai a un lado. Nos saludamos y enseguida los hombres masai empezaron a cantar con un sonido rítmico y gutural totalmente contagioso. Uno de ellos dio un paso al frente y con un bastón de madera en su mano empezó a satar verticalmente al ritmo de los cánticos, mientras los demás movían sus cuerpos a un lado y a otro y hacia arriba con una cadencia suave. A los pocos segundos el “saltarín” principal era sustituido por otro compañero, así uno detrás de otro iban saliendo todos.




















Hugo les miraba totalmente fascinado, creo que su umbral de sorpresa había sido ampliamente superado. La verdad es que el espectáculo era deslumbrante, da igual que estuvieran preparados para recibir al turista y que este ritual lo sacaran de su contexto habitual. Ver los movimientos de estos masais acompañados de los cánticos a capella era un espectáculo soberbio.
Algunos de estos masais tenían un detén (salto vertical) potentísimo y su vuelo parecía suspenderse en e aire más de la cuenta, acompañado de un porte y una elegancia especial que solo los masais tienen.
Hugo, que seguía embebido, se acercó lentamente para ver más de cerca la ceremonia. Los demás masais se reían al ver su curiosidad. Hugo había perdido totalmente el sentido de la discreción, y apenas a medio metro inspeccionaba todos los movimientos del danzante saltador.
Pablo, Miguel, Marga y yo reíamos a carcajadas la osadía de Hugo, que por momentos seguía la figura completa del saltador o se limitaba a mirar a un punto fijo donde aparecían y desaparecían los pies del masai.
Después de unos momentos realmente graciosos, Miguel fue invitado a bailar-saltar, y con el bastón en mano salio a escena, poco a poco fuimos saliendo todos.
Cuando le tocó a Marga, la invitación vino por parte de las mujeres. Los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres. Estas iban vestidas con sus mejores abalorios, collares y adornos preciosos que contrastaban con sus coloridos ropajes.

Solo menoscababa su atuendo algunos modernos relojes de pulsera que lucían algunas.
Cuando terminaron los bailes nos enseñaron sus chozas de adobe por fuera y por dentro, y dentro de una nos explicaron el porqué de su filosofía en la vida, viviendo a la antigua usanza, manteniendo tradiciones que perduran duran te siglos.
Para terminar nos enseñaron la “escuela del pueblo”, una casa de troncos de madera verticales separados entre si de unos 4x4 metros, de manera que se podía ver a os niños desde fuera.



En ella nos esperaban unos 30 niños de pie, mirando los números que había en una pizarra que era señalada por uno de los peques más pequeños, los otros contaban en ingles al unísono los cifras del uno al diez.
Esta especie de escuela estaba preparada para los turistas a modo de hucha recaudatoria, ya que al terminar la demostración se pedía la voluntad para ayudar a la enseñanza de los peques.
Este donativo que nosotros dimos a modo de ayuda para el pueblo en general, había que depositarlo en una especie de caja con una rendija incluida que se hallaba dentro de la escuela.
Al final, entre unas cosas y otras nos habíamos dejado unos cuantos dólares en la visita al pueblo masai. De todas formas nos pareció un dinero bien empleado a la vez que una manera de reforzar su economía.
Para terminar nos enseñaron todos los abalorios que fabrican y venden los masais. Compramos algunos, sobre todo nos gustó un collar de semillas que Marga adquirió a una mujer mayor.
Nos despedimos del pueblo entero, y nuestro guía masai, todo cortesía, nos acompañó hasta el todoterreno, Hugo miraba sus características ropas rojas y sobre todo sus sandalias con suela de neumático reciclado, calzado muy común entre los masais.
Atrás dejamos uno de los pocos pueblos de África que conserva casi intacta su cultura.
NGORONGORO
Retomamos la marcha, y después de unos cuantos kilómetros ya cerca del Ngorongoro, en una curva cerrada de suave ascenso, apareció ante nuestros ojos una “visión” extraordinaria que parecería excesiva si no fuera por las fotos que apoyan mis palabras. En realidad habíamos parado para contemplar y hacer una fotos a un grupo de avestruces. Pablo aprovecharon el momento para subirse a una acacia. De repente por nuestra izquierda apareció andando lentamente una familia de seis jirafas, dos adultas, una mediana y tres más pequeñas.
Iban bastante agrupadas siguiendo un pequeño sendero que desaparecía en la pista o camino para luego aparecer al otro lado.
Todos nos quedamos con la boca abierta, situados a tres metros de sendero del que por lo visto las jirafas no se iban a desviar. Solo aceleraron su paso cuando les tocó pasar a nuestro lado, echaron a correr 15 o 20 metros con esa carrera característica a “cámara lenta” que tienen los animales de segmentos y extremidades larguísimas. Una vez cruzada la pista retomaron el sendero, caminando montaña arriba, alejándose lentamente hacia la línea del horizonte, hacia el cielo azul.
Estábamos acostumbrados a ir en busca de los animales no a que vinieran a nosotros, fue un momento especial prolegómeno de lo que estaba por venir en el Ngrongoro.

Después de unos kilómetros más empezamos a atravesar zonas montañosas, el paisaje empezó a cambiar volviéndole más verdoso, aparecieron a un lado y otro del camino pequeños niños masai con sus características ropas rojas que nos saludaban a nuestro paso.
Poco a poco empezamos a subir el cráter del Ngorongoro por el exterior, cuya altura máxima es de 2500 metros, en ese momento entramos en estado de show. ¿ Como explicar esa explosión de imágenes en nuestra suave subida a borde del cráter y porqué era tan especial?
Serían las 3:30 de la tarde, a tres horas del anochecer tanzano, la luz era suave, naranja y con un filtro de tibieza que solo dan algunos lugares, la tierra de la pista era de un rojo fortísimo que contrastaba más con la vegetación verde, cambiando totalmente el árido paisaje de la sabana que habíamos contemplado en Serengeti. Todos estábamos entusiasmados con los paisajes tan maravillosos que se iban sucediendo, en un momento determinado el todoterreno subió un último repecho y una exclamación colectiva borro el silencio, sobre todo la de Pablo (12 años) tan dado a las exageraciones y onomatopeyas: ¡Diooooossss! Un inmenso horizonte se habría a nuestra mirada desde el borde del cráter donde pudimos contemplar la grandiosidad y belleza de este lugar, cualquier cosa que pueda decir para describir la belleza insuperable del Ngrongoro no haría honor a la realidad.












Su situación geográfica única, sus luces, sus colores, su belleza visto desde fuera y desde dentro. Un cráter de 20 kilómetros de diámetro y 600m de pared, situado a 2300 metros de altura entre montañas bellísimas, lleno de ñus y cebras, con un lago de cuento (Magdadi) en el centro, con el rinoceronte negro, leones, hipopótamos, elefantes, hienas…
Es memorable la bajada a primera hora de la mañana por sus caminos de tierra roja de Tanzania. Esta primera hora permite una de las visiones que nadie debería perderse: el reflejo de las nubes en la superficie del lago central, no es un reflejo cualquiera, ya que todos los días el cráter al amanecer techado de nubes entre las cuales se van filtrando los rayos del sol, permite un espejismo muy particular. Estas nubes no se reflejan de cualquier manera en el lago, ya que al estar tan cerca la visera de nubes (cráter a 2000 metros), la sensación de espejismo en relieve es para caerse de espaldas.

















Después de bordear el cráter por su cresta, llegamos al Ngorongoro wildlife lodge, enclavado entre un vergel de vegetación. Entre la gran variedad de microclimas del Ngorongoro, el Ngorongoro wildlife lodge estaba situado en la selva tropical que poblaba las laderas superiores del cráter .
En cuanto nos acomodamos nos fuimos inmediatamente a la joya del lodge: el gran mirador hacia el cráter, una terraza gigantesca que asoma desde el borde de la cresta y desde donde se obtienen vistas inmejorables del Ngorongoro. La verdad es que el N. Wildlife Lodge estaba situado en uno de los mejores sitios del cráter.
Nos sentamos en la terraza y allí estuvimos tomándonos algo mientras íbamos viendo como el sol caía.













Los niños alternaban ratos con nosotros con exploraciones por el Lodge y la terraza.
Abajo veíamos los todoterrenos como hormigas, incluso pudimos distinguir algún elefante a la vez que admirábamos el esplendor del lago Magadi.
Durante una hora Marga y yo estuvimos disfrutando del sol en nuestras caras junto a otros turistas que parecían hacer lo mismo, los pies en alto sobre el bordillo con caída al cráter, un par de birras Kilimanjaro, los “peques” a lo suyo, que más podíamos pedir mientras contemplábamos el mapa real y dorado del Ngorongoro.
El N. Wildlife Lodge nos deslumbro por sus vistas y su ubicación, además todas las habitaciones tenían unas fantásticas vistas al cráter a través de una cristalera inmensa
Como en el Seronera del Serengeti, nuestras habitaciones eran contiguas y estaban comunicadas por una puerta interior. Aquí el agua caliente estaba limitada a primera hora de la mañana y de 6 a 8 de la tarde, en un horario acotado pero por lo menos nos podíamos duchar en condiciones.
Después de conectarnos a un ordenador del lodge para mandar algunas fotos y correos a la familia, nos fuimos al comedor que también tenia vistas al cráter. Más pequeño que el de Serengeti, había que cenar en dos turnos, los dos muy tempranos, nosotros elegimos el primero.



Al igual que en Serengeti, el buffet del lodge tenía muy buena comida y bastante variada. Lo único que no estaba incluido en el buffet, como en casi todos los hoteles, eran las bebidas, a precio de aeropuerto por cierto. Por otra parte, tanto en las comidas como en la cena estaban también incluidos un buen servicio de te y café variados.









Al día siguiente a las 7:30 de la mañana nos recogieron Lodgardo y Salín, tocaba madrugar de nuevo, aunque lo de madrugar era un decir, ya que como anochecía a las 6:30 de la tarde, uno estaba en la cama a las 10 de la noche como muy tarde.
Ese dia me levante media hora antes que Marga y los peques para ver amanecer en el Ngorongoro. No fue un hecho premeditado, pero estando en la cama algo me dijo que tras las cortinas de la cristalera se escondía algo que merecía la pena.
Como así fue. Un techo de nubes bajas cubria casi todo e cráter, nubes que se situaban por debajo del lodge, y por lo tanto podían observarse también por su parte superior, a esas horas doradas por el sol saliente, parecía un techo gigante de algodón sobre el Ngorongoro.
A las 7:30 de la mañana el todoterreno nos recogió y tomó uno de los caminos de tierra rojísima que bajan al cráter.

Una vez abajo pudimos ver a los niños masai. Los masai son los únicos que tienen derecho de pastoreo en las tierras del Ngorongoro.
Poco a poco nos fimos adentrando en el cráter, este tiene tres zonas húmedas principales, el lago Magadi en el centro y más grande, y dos pantanos, el Mandusi en cuyas orillas comen los turistas, y el Gorigoy, el más pequeño y frecuentado por hipopótamos.
Lo primero que pudimos apreciar fue pequeños grupos de cebras que iban de allá para acá. Apenas habíamos visto ninguna en Serengeti, puesto que casi todos los herbívoros, sobre todos cebras y ñus, habían emigrado a Masai Mara. Pero en Ngorongoro estos herbívoros vivían de manera permanente.



























El primer recorrido que hicimos consistió en atravesar el cráter por a pista que bordea el lago Magadi. Según avanzábamos íbamos viendo cada vez más cebras y ñus, muchísimas, bebian de pequeños arroyos que morían en el lago.
A nuestra derecha y a orillas del lago, cientos de flamencos rosas se desperezaban, un hipopótamo “paseaba” rodeado de algunos ñus y cebras, acompañando la escena la luz suave de las primeras horas de la mañana. El cráter empezaba a despertar.
¡Mira dos hienas!, chilló Hugo, nadie las había visto y estaban en la misma pista de tierra sobre un surco que hacía de arcén, mimetizadas totalmente con el terreno. Parecían muertas, después de un rato observándolas, una de ellas levantó la cabeza. ¡Está viva!, grito de nuevo Hugo.
Seguimos avanzando y cada vez había más ñus y cebras envueltos en una atmósfera de luz y paz únicos.
Ya he hablado antes de la increíble intensidad del Ngorongoro, su fuerza, su luz. Los animales parecen iluminados con luz propia con los primeros rayos del sol. Si Hubiera que construir un anfiteatro gigante donde los colores levitaran en proporciones magistrales, creando diferentes atmósferas todas ellas mágicas, este anfiteatro sería el Ngorongoro, en medio del África negra, limpio, a 2000 metros, con un lago de agua salina capaz de mudar su color si una nube quiere hacer de filtro a un rayo perdido de estrella, nuestro sol. Un anfiteatro cuyas gradas verde esmeralda de selva tropical, solo son accesibles por caminos de sangre, tierra roja de Tanzania.
Es posible que alguien pueda pensar crea que exagero, pero lo que un o imagina de un país y lo que luego te encuentras siempre difiere bastante en el sentido positivo. Tanzania sorprende. Pero incluso esta sorpresa es previsible, yo sabia que por mucho que idealizara el Serengeti y Kilimanjaro sería sobrepasado por su belleza, como así fue. Pero con el cráter Ngorongoro fui sobrepasado totalmente.
De todas formas aunque debe estar siempre dispuesto a dejarse sorprender, es posible que otros lo vean de otra manera. Para mi uno de los lugares más bellos de la tierra.













Un poco más adelante Salín paró el auto, por la izquierda venia un rinoceronte negro a unos 200 metros. Sabíamos que apenas había rinocerontes negros en el Ngorongoro, y que uno podía irse sin verlos, pero aquí estaba este hermoso ejemplar que caminaba hacia la pista, tenia que atravesarla para beber en el lago, así que delante de nuestro todoterreno y de 5 más que se habían detenido para contemplarlo, el majestuoso animal cruzo tranquilamente el camino. Cuando ya se alejaba dándonos la espalda unos 50 metros, se despidió con una excreción monumental que dio origen a las carcajadas de Hugo y de algún turista más.
Pequeños grupos de búfalos aparecían ante nosotros, y 300 metros más allá tres leonas dirigían sus pasos hacia ellos, pero la distancia era tal que los búfalos ni se inmutaban, se limitaban a girar la cabeza de vez en cuando para cerciorarse de los movimientos de las leonas.

Pronto la luz cambio, desaparecieron las nubes que antes habían hecho de filtro. Ahora el cielo lucia azul, con la luz directa, limpia y fuerte del medio día.
Una fila mixta de cebras y ñus de varios kilómetros de largo cruzaba la pista de tierra de izquierda a derecha, Salín paro el coche y pudimos ver durante bastante tiempo esta increíble escena. 200 metros más allá, otra fila un poco más corta cruzaba la pista por otro sendero. Y otro grupo más pequeño todavía, cruzaba también, pero esta vez de derecha a izquierda.
Cientos y cientos de cebras y ñus cruzaban a un lado y a otro del cráter, en un trasiego sin fin, en un espectáculo que para mi significó uno de los momentos más espectaculares de nuestro viaje.
Cuando llegó la hora de comer, nos dirigimos al pantano Mandusi, uno e los lugares más bonitos del Ngorongoro. En sus orillas los turistas detenían los todoterrenos para dar buena cuenta de los Pack Lunch.
En este lago hay que andar se con ojo, ya que si no vigilas bien la comida, los halcones pueden bajar rápidamente a apoderarse del rancho. Esta parte es un a de las pocas donde el turista puede bajarse del coche y pasear, siendo un lugar de gran concentración de aves, como la grulla coronada, el avestruz, la garza, el piquirrojo, la gallina de guinea, así hasta una lista interminable.
Después de comer acosados por un regimiento de gallinas de guinea, incentivadas por un trozo de pan que se le ocurrió tirar a Hugo, nos dedicamos admirar las increíbles vistas desde el lago Mandusi.
Continuamos la marcha bordeando el lago Magadi por el otro lado, a los pocos metros pudimos vislumbrar un chacal solitario, ya habíamos visto alguno antes pero no tan cerca como este.












Un kilómetro más allá pudimos ver un par de leonas en medio de la pista ignorando totalmente al todoterreno.
Al final del camino, a nuestra izquierda pudimos ver el pantano Gorigor, y allí pudimos apreciar las evoluciones de un enorme hipopótamo, reluciente, brillante, recién salido del agua.
Después de un día extraordinario por el cráter Ngorongoro, había llegado la hora de volver al Lodge. Esta vez subimos por una pista diferente de la de bajada, otra pista rojísima y con una pendiente brutal con grandes caídas desde las paredes verdes del cráter.
En un recodo de la pista, donde la tierra más roja era, le dijimos a Salín y Lodgardo que pararan, teníamos que hacer un recado pendiente. Rosa, la hermana de Marga, nos había pedido que le trajéramos un poco de tierra de Tanzania, ¿que mejor tierra que la del Ngorongoro?
Cuando llegamos al Lodge serían las cinco de la tarde, así que después de pasar fugazmente por las habitaciones, aprovechamos para sentarnos por última vez en magnífico mirador del lodge. Ya en silencio, otra vez con una birra Kilimanjaro y unos refrescos para los peques que aguantaron poco a nuestro lado, otra vez con las piernas en alto, desnudos los pies, recibiendo los últimos rayos del sol, mientras éramos conscientes del privilegio que teníamos al poder contemplar uno de los lugares más bellos de la tierra.

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